Odio canijo

Nada peor que un alma llena de odio. Cierra mentes, despoja identidades, hace actuar sin raciocinio. Ya lo retrató en palabras el gran Tenessee Williams: “…el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia”

De esa ausencia de todo y de ese exceso de odio hicieron gala algunos este domingo en Miami. Fueron los mismos de siempre, los chanchulleros de antes y los poca alma de ahora; unidos en esa franquicia abominable de la aversión y la inquina.

Pocos en el mundo reniegan de su Patria y son capaces de aborrecer a sus equipos deportivos en la cancha o en el estadio como los odiadores anticubanos. Son especímenes únicos sobre la Tierra.

Mexicanos, venezolanos, dominicanos, boricuas, de todos los credos e ideologías, se fueron en estos días a los estadios del Clásico Mundial a apoyar a los suyos, a los de su tierra, aunque ya no la habiten.

No pocos cubanos también se fueron este domingo hasta el estadio de La Pequeña Habana para hinchar por los hombres que llevaban orgullosos las cuatro letras de su país, no importa dónde vivieran ni dónde jugaran. Ellos representaban a una nación orgullosa; ellos representaban a millones, que tienen al béisbol como pasión y como cultura.

Pero los odiadores no. Allá andaba el veterano organizador de las porras callejeras anticubanas y amigo de terroristas frente al Versailles intentado con su miniaplanadora machacar su tirria sobre el rostro del capitán Despaigne y un par de bstes y pelotas; allá el odiador digital de la pamela con sus guardaespaldas y corifeos destilando rabia y más; allá la patrocinada advenediza de sucia boca, acabada de llegar pero ya ataviada con el traje del adversario, porque el de Cuba le pesaría demasiado a alma tan pequeña.

Si alguien tenía dudas de cuánto quieren a Cuba estos personajes, el Clásico Mundial de Béisbol vino a ser teatro inigualable para desnudarlos en escena.

“El odio canijo ladra, y no obra. Sólo el amor construye”, sentenció José Martí. Ese odio puede llamarse Balart, Saavedra, Otaola o parecidos. ¿Es lo que queremos para Cuba?

Nuestro equipo perdió en el terreno ante un formidable adversario que mostró su poderío ofensivo; pero los verdaderos derrotados de esta noche de domingo en Miami fueron los de alma pobre, los adalides del odio y la mentira, los inquisidores y aguafiestas, los eternos sembradores de veneno (a decir del poeta). Ellos perdieron lo que verdaderamente nunca han tenido: un pueblo.

Este lunes, los cubanos daremos emotivo recibimiento a nuestros peloteros, que jugaron con alegría y entereza, que lucharon cada out y se colaron entre los cuatro grandes de un torneo cada vez con más calidad y nivel. Nos sentimos orgullosos de ellos.

La gratitud especial a los que, por encima del odio y las presiones, pusieron su talento, voluntad y alma alrededor de Cuba, su Patria, y nos hicieron soñar. No podrán venir a recibir el calor de este pueblo, por las restricciones que tienen en sus contratos, pero sentirán en la distancia la satisfacción del amor y la obra buena que sus compatriotas le reconocemos.

Y a seguir trabajando por mejorar nuestro béisbol, por hacerlo más moderno, de más calidad y también con más espectáculo. A buscar nuevos talentos y éxitos nuevos que alegren el alma de los que llevamos la pelota en sangre.

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