La Sociedad de Instrucción y Recreo que no pudo ser en Cienfuegos

El 20 de mayo de 1829 el Rey Fernando VII dicta un Real Decreto que otorga a Cienfuegos el título de villa, admitiendo las mejoras de su comunidad y la urgencia de conformar un cuerpo gubernamental. La comercialización empieza a definir la vida económica de la ciudad, el progreso de las fuerzas productivas y, por curso, se urgen cambios en la vida cultural. Los pobladores padecen la ausencia de un sitio donde pudieran concentrarse durante las noches y cultivar las artes: la música, literatura y danza esencialmente. A mediados de 1830 José Hernández Díaz, fundador de la villa con Santa Cruz y José Capote, propone la creación de un inmueble con las condiciones inherentes a las sociedades de instrucción y recreo.[1]

Una vez escogido el sitio y las dimensiones de ese edificio, el grupo de vecinos progresistas comisiona estratégicamente a Andrés Dorticós para dialogar con Luís Declouet y que le explicase las ventajas del proyecto. Los cronistas aseguran que el Fundador les recibió cortésmente y hasta aceptó levantar en San Fernando y Santa Isabel la institución anhelada. Mas, uno de los asistentes al foro insiste, quién sabe si con doble rasero, en el nombre que se daría a la institución, si el de Ateneo, Minerva, Liceo o Recreo y como era de esperar, la rabia del fundador detona sin medias tintas: “-En cuanto al nombre, ese corre por mi cuenta. Con letras grandes, gordas y negras le pondré: Cárcel pública para Monsieritos, Letreros y Vagos. Mientras viva en la colonia no se establecerá en esta sitios de vagancia y malas costumbres.

No es un secreto que Declouet había quebrado a los habitantes de la colonia en dos bandos: los seguidores e incondicionales suyos, a los que caracteriza como honrados y fieles, y los opositores, suscritos como indóciles, entre los que incluye a los monsieritos (señoritos), los letreros o literatos y los proyectistas, que suelen presentar innovaciones de toda naturaleza. A todos ellos, los que se aliaron a Santa Cruz y Castilla, les calificaba de vagos y soñadores.

Concluyentemente, a sus sesenta y cuatro años, Luís Jean Laurent Brognier Declouet de Piettre y Gautier Favrot y Brule, revela un espíritu inestable y temor de perder la autoridad; aunque para entonces ha conseguido todas las donas de un fundador y pasa la mayor parte del tiempo viajando a España y Burdeos. En modo alguno le entusiasma  aquellas sociedades y sus nuevas formas de civilidad, temeroso de que sus parroquianos compartiesen libros “indebidos” e ideas antimetropolitanas.

Consta en un informe de Félix Lemaur, dirigido el 17 de marzo de 1926 al Capitán General Dionisio Vives, que no era tolerante a las opiniones diferentes a las suyas y que conspiraba asiduamente para lograr sus objetivos. De hecho, había establecido en La Habana un cuerpo masónico hacia los tiempos fundacionales, que mantuvo en secreto. En esa misiva, que denuncia no pocas irregularidades cometidas por él, afirma Lemaur: “Por esto no quería, ni quiere y hace tantos esfuerzos para evitar q’ una persona intachable q’ diga la verdad sin la menor consideración tomase conocimiento e informase de lo q’ pasará en la Logia de La Colonia de Jagua, que así podría llamarse la reunión de los empleados en Fernandina, y hasta de muchos de aquellos vecinos, si bien no todos iniciados en los secretos de ella…”.[2]

Llama la atención que Declouet siempre estuvo obcecado por fundar Jagua con colonos franceses de Burdeos, naturales de Luisiana y otros sitios de Estados Unidos con una clara diligencia masónica. ¿Acaso procuraba cierto compromiso indisoluble? Es paradójico, pues esta institución (cuyo objeto es el hallazgo de la verdad y el desarrollo social y moral) favorece el desarrollo de las capacidades de escucha, meditación y diálogo entre sus miembros para socializar y emplazar estos valores al entorno y aquel no tenía las cualidades exigidas para ser masón (como no sea su carrera militar). Por el contrario, se mostraba siempre receloso de todos, hasta de sus acólitos. La creación de una nueva entidad, que supone ciertas complicidades, quedaron como una posible brecha para socavar su poder.

¿En verdad, el nuevo entorno ameritaba una Sociedad de Instrucción y Recreo? Entonces se han revelado los gérmenes de una cultura expresa con hacedores al estilo de Andrés Dorticós Cassou (Avence, Francia, 1770-Cienfuegos, 18 de diciembre de 1843), hijo de Pedro Bernardo Dorticós y de Margarita Cassou; uno de los fundadores que arriba con Declouet a la villa y a partir del 15 de diciembre de 1819 asume las funciones de archivero y escribano público. En 1824 asciende a Sub-Teniente de los Voluntarios realistas de Fernando VII y en 1829 es nombrado Escribano Suplente del Ayuntamiento de Cienfuegos. Finalmente, el 2 de septiembre de 1831 es escogido para regentar la Escribanía Pública del Gobierno, Cabildo y Real Hacienda. Como muchos otros, llegó a publicar algunos de sus poemas o versos en El Ético, periodiquillo censurado por DeClouet.

El Ético trasluce esa incipiente conciencia cultural. Rousseau Urra y Díaz de Villegas argumentan en la Memoria descriptiva, Histórica y Biográfica de Cienfuegos (p. 58) que fue censurado por Declouet siguiendo consejos de sus amigos, quienes aseguraban que en sus páginas se aludía negativamente a su persona. Probablemente fuera el espacio donde se socializaran las primeras caricaturas de las que se tiene noticia. Asimismo, se reconocen tres músicos y hasta una suerte de academia en el hogar de un ejecutante francés, que impartía piano, guitarra, violín y flauta.[3] Estas apetencias incluyen el género teatral, para el cual se erige en 1840 el teatro Isabel II, frente a la Plaza de Armas.

Hacia 1835 emergen los nombres de numerosos intelectuales y profesionales de la cultura como el arquitecto y diseñador de los portales del parque Clemente Dubernard (arquitecto del gobierno desde 1833), los artífices de la aduana Samuel Samulabe y Francisco Carré, el arquitecto y proyectista de la Casa Consistorial y de Gobierno Manuel Vianchi y los agrimensores y dibujantes Alejo Helvecio Lanier, Esteban Famadas, Miguel Dubroc y José Nadal. Como puede constatarse muchas de estas personalidades eran de origen francés, si bien desaparecieron precozmente de la ciudad.

Grabado de la Aduana de Cienfuegos, diseñada en 1842 por los arquitectos Samuel Samulabe y Francisco Carré.
Grabado de la Aduana de Cienfuegos, diseñada en 1842 por los arquitectos Samuel Samulabe y Francisco Carré.

Los padrones y otros pliegos creados en la isla entre 1818 y 1836 distinguen a la villa de Cienfuegos y autentican las ascensiones culturales, esencialmente el aporte francés.

Igual, en los inventarios de la cancillería gala sobre los patrimonios de los franco-inmigrantes en la isla de Cuba (1843) se hallan algunas fuentes (en ocasiones turbias y erradas. Véase la Corres-pondance Consulaire et Commerceale, La Hvane, vol. 13, Microfilm P 13688, ADMAE) que permiten valorar las novedades del período dentro de las artes visuales y la artesanía.

Oficios y profesiones de las artes visuales y la artesanía entre 1819 y 1836.
Oficios y profesiones de las artes visuales y la artesanía entre 1819 y 1836.

Como ha de apreciarse Cienfuegos daba muestras de una creciente savia cultural, en correspondencia con los ascensos de la embrionaria economía. Por razones de espacio, nos hemos detenido en el rubro de las artes visuales y excluido las apostillas sobre las expresiones teatrales, musicales y literarias (los ramos mejor sentados, sin dudas), aunque ciertas especialidades (como la escenografía o la ilustración) intervienen en sus procesos o contenidos.

Sin dudas, la villa bien merecía la Sociedad de Instrucción y Recreo que no pudo ser. Empero, no es hasta el día 18 de noviembre de 1841 que surge la primera sociedad cultural que se establece en la región: El Recreo, retomando el camino de otra similar en Santiago de Cuba (1832). La cienfueguera no tuvo los lujos de aquella, o la posterior fundada en La Habana (1844); empero, resultó muy enjundiosa.


[1]          El triunvirato estuvo estrechamente vinculado al proceso de asentamiento de los pobladores de la villa; particu-larmente Hernández y Capote. José Hernández es uno de los guías que le acompaña en el reconocimiento de los terrenos. El habanero José Capote, propietario en 1819 de una de las haciendas inmediatas a la población, llega a ofrecer su casa durante el ciclón de 1825 para que sirviese provisionalmente de iglesia. El 6 de octubre de 1832, siendo Alcalde de Primera, es nombrado Gobernador Interino hasta el regreso de Luis Declouet.

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