¡Una aguja y un helicóptero!

Un amigo que visitó un país cercano a Cuba, caracterizado por la pobreza extrema, al regresar me dijo: “Es cierto que su población mayoritaria vive llena de necesidades, pero venden desde una aguja hasta un helicóptero”. Me dio risa y guardé la frase en mi mente.

Ahora la rememoro, porque mientras redactaba una información, pasó, bajo la lluvia, por la calle frente a mi casa, un revendedor con su pregón: “Agujas de coser a mano y en máquina… ¡Arriba, que me voy!”. ¡Le falta el helicóptero!

Sé que sería ilusa la venta de una aeronave con alas móviles y propulsada por uno o más rotores horizontales, dado su tamaño, potencia y versatilidad, pero representa muy bien, con cierta exactitud imaginaria, el variopinto espectro de la vendedera cubana actual, marcada por un afán desmedido por aumentar los ingresos financieros con productos que a veces no se conoce de dónde salen y, como dice un colega, “huelen a quema’o”, por su muy dudosa procedencia.

Haber vivido más de tres décadas me ha propiciado apreciar diversas etapas de la sociedad cubana, y puedo asegurar ─aunque también estoy propenso a equivocarme─ que en cuestión de ventas, ninguna se ha parecido a esta. ¡Se vive en un constante afán, un interés supremo por vender o revender!

¿Las causas? Son varias, sin dudas. Por un lado está la crisis económica que afrontamos, recrudecida por la Tarea Ordenamiento, que en términos generales no resultó feliz, al menos para la población, y ha contribuido en buena medida a acrecentar de manera galopante un proceso inflacionario, del cual resulta muy difícil salir.

Por otro, el trabajo formal volvió a dejar de ser un incentivo, pues el salario no recuperó de forma definitiva el valor real para cubrir las necesidades esenciales de la familia. Cualquier desempeño colateral aporta más ganancias que un empleo en los sectores estatal y hasta en el no estatal.

Los intermediarios hasta quintuplican los precios.

Recientemente conocí que el valor de venta de una cerveza de importación está siete veces por encima del de producción, incluyendo el flete y cualquier otro arancel. Difícil de entender, ¿verdad?

Duele apreciar cómo en un país de tanta justicia social, defensor de las conquistas ganadas a pura batalla y sangre derramada en una Revolución genuina, la venta de medicamentos se haya convertido en un negocio, inalcanzable para muchos enfermos crónicos. No es que la dirección del gobierno no quiera que los centros asistenciales y las farmacias estén desprovistos de los recursos esenciales, es que con las finanzas disponibles, a quienes deben decidir, no les queda otra opción que dar prioridades, aunque se comprenda a medias.

Manejar lo poco es muy difícil. De dónde no hay, no se puede sacar. Pero tampoco debe permitirse el abuso impune de quienes sostienen la maltrecha economía en sus hombros y le son y serán fieles siempre a la patria. La Revolución es un proceso genuino, hecho para y por el pueblo. Lo arbitrario y desmedido no debe permitirse, haya que hacer lo que haya que hacer.

Mucho se ha anunciado un enfrentamiento a los precios abusivos, con el apoyo popular. Pero, realmente, no acaba de aparecer y resulta en extremo necesario. La población está urgida de un accionar, de un respaldo.

Muy acertadamente, Gladys María Bejerano Portela, Contralora General de la República, en el VI Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), reflexionó sobre la importancia de escuchar siempre al pueblo y no cansarse en el empeño de buscar todas las soluciones posibles a los problemas que actualmente lo aquejan.

En tal sentido, llamó la atención sobre temas muy agudos que lo afectan y que a pesar del paso del tiempo no se avanza en su solución, como es el caso de los altos precios de muchos productos y la reventa de otros tantos, también a precios exorbitantes, que la mayor parte de los cubanos no puede pagar.

Recientemente, una persona con una alta responsabilidad, afirmó en un escenario en el cual me encontraba: “El gobierno tiene que aplicar la política”. Le sobran razones.

No hay de otra.

Quizás yo pueda comprar en algún momento una de las agujas al revendedor de turno, pero jamás el helicóptero.


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