El Indio Naborí: Un centenario con cristal de aumento
Hoy viernes 30 de septiembre el Indio Naborí cumpliría cien años. Pero sucede que los asuntos relacionados con este poeta no me son nada fáciles. Digamos que mi palabra es absorbida por la fuerza de un amor intensamente limpio y lleno de recuerdos.
¿Un dilema? Sí, un dilema, tal vez resuelto a medias cuando pongo en práctica una suerte de distanciamiento donde la imagen cercana queda sustituida por vocablos que poco a poco van permitiéndome el desarrollo de algunas temáticas. ¡Vaya paradoja borgeana!, puesto que después esas mismas temáticas deben ser abordadas con rigor, coherencia y conocimiento de causa.
Por ejemplo, desde mi condición de hijo, me resulta bien complejo decir Indio Naborí. ¿Indio Naborí? No, si yo a él le decía papá, viejo, viejuco, ¿cómo entonces llamarle ahora de otra manera? Nada, así son las cosas: uno llega a la vida y escucha voces de aquí, de allá, de este, de aquel, de todos…Sin embargo, es tanto el ruido externo que la voz de cualquier persona puede quedar silenciada. ¿Qué debo hacer entonces yo para escuchar el sonido de mi eco más íntimo?
Tal vez, y en primer lugar, comprender o desentrañar las resonancias de un hombre llamado Jesús Orta Ruiz, para lo cual, de forma inevitable, tengo que acudir al ya mencionado distanciamiento.
He aquí un pequeño detalle: la persona que suscribe estas líneas ya tiene publicados varios libros de narrativa, poesía y ensayo. Por si fuera poco, también ha incursionado en el cine y lleva una intensa vida académica, impartiendo conferencias, talleres y clases de literatura en los sitios más diversos del orbe. Sin embargo, la persona que suscribe estas líneas sigo siendo, para una gran mayoría, el hijo del Indio Naborí, solo el hijo del Indio Naborí.
¿Acaso un título honorífico que me acompañará de por vida? He ahí la acústica de una realidad personal donde a diario resuena la siguiente respuesta: ¡bienvenido el título honorífico!, entre otras cosas porque siempre lo llevaré con mucho orgullo.
Los tres párrafos anteriores explican en síntesis el título que identifica esta aproximación ensayística. El Indio Naborí: un centenario con cristal de aumento, pues estamos frente a un poeta cuya obra es un ingrediente indispensable del imaginario nacional. Mencionar su seudónimo, en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad, y después termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia; una verdad que, de manera nítida, explica el acontecimiento sociocultural que se viene produciendo con la celebración de su Centenario.
Aunque claro, si de recordarlo se trata, yo podría haber comenzado mi análisis con un tono más o menos así: “…Jesús Orta Ruiz, más conocido como el Indio Naborí, nacido en La Habana, Cuba, el 30 de septiembre de 1922. Poeta, ensayista y periodista. Premio Nacional de Literatura y Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba. Es considerado por la crítica literaria como una de las figuras más sobresalientes de las letras cubanas…”.
En esas palabras, todo es cierto, pero, ¿no resultan ajenas? Créanme que las siento demasiado distantes. En fin, ya lo dije: los asuntos relacionados con este poeta no me son nada fáciles. ¿Lo que siento es angustia? No sé, de verdad que no sé.
Entonces llegue a mi cerebro el mágico distanciamiento, encargado de alejar la nube oscura y traer de vuelta un amanecer donde el padre y el hijo mantengan sus rostros fuera de la penumbra. ¿Por qué recordar al Indio Naborí desde la tristeza? Hoy es un gran día. ¡Basta ya de quejas! Y a él hay que recordarlo desde de la poesía, dado que ella fue el eje cardinal de su vida.
Como es lógico, tampoco se trata de coser y cantar, porque estamos ante un poeta altamente comprometido con el momento histórico que le tocó vivir, ante un poeta que tuvo una vida intensamente creadora, ante un poeta sumamente atípico. En una misma persona se unen el revolucionario y el intelectual, el periodista y el folclorista, pero igual se unen el poeta culto y el poeta popular, e igual el poeta que escribe y el poeta que canta o improvisa décimas; por ello resulta bien complejo realizar un análisis independiente de cada parte sin que al final nos hagamos cómplices de su todo significativo.
Nada más parecido a este hombre que su propia poesía, motivo por el cual no tuvo necesidad de escribir sus memorias. Quien de verdad desee conocerlo, por dentro y por fuera, solo tiene que acercarse a su obra, lo mismo a la escrita que a la oral, teniendo como premisa de análisis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras nunca existió ninguna contradicción, porque ambos eran complementarios.
Existe un detalle que no debo pasar por alto: lo cubano, digamos que lo más auténticamente cubano, no está en las palabras o formas estróficas que el poeta utiliza, ni tampoco en los temas que va desarrollando. ¡No! Aquí lo más auténticamente cubano está en la vivencia, en el sentido inmaterial que exhibe su leal pertenencia a Cuba. El Indio Naborí no cantaba por cantar, no escribía por escribir. Todo lo contrario. Sus versos, desde el primero hasta el último, siempre fueron emoción recordada, emoción compartida, algo que estallaba en su voz a partir de una experiencia vivida y vívida.
Eusebio Leal lo explicó así:
“…Cubana como las palmas reales, nunca usó su palabra para servir a otra causa que no fuese la de la justicia social. Por eso, campesinos y obreros vieron en el canto de Jesús Orta Ruiz la más legítima expresión de los sentimientos propios…El Indio Naborí buscó -hasta encontrar- las huellas de la primera sangre derramada…”.
¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Lo digo sin afeites de ningún tipo: lo mejor de la poesía del Indio Naborí, no obstante el paso del tiempo, se resiste a morir. Se trata de un suceso poético que trasciende las fronteras de épocas exactas y llega hasta nuestros días. Léanse y estúdiense a fondo los títulos que ahora menciono: Viajera peninsular, Desalojo íntimo, A través de un olor, A mi padre, Elegía del lápiz, Elegía del cuchillo, Vendrá mi muerte, Obra, Madrigal de la neblina, Marcha Triunfal del Ejército Rebelde, Era la mañana de la Santa Ana y Elegía de los zapaticos blancos, por solo mencionar algunos poemas.
La trascendencia posterior de estos versos está dada precisamente por la vibración múltiple de la perspectiva emocional, nunca abordada desde enfoques poéticos sensibleros o efectistas. Todo lo contario. Aquí los versos fluyen de manera natural y dinámica, dejando en el aire una resonancia espiritual que al mismo tiempo no deja de ser enfática, porque enfático es también el corazón de los seres humanos: “…Eres, pues, un niño abstracto/ y vienes cuando te invoco/ vida intocable que toco/ en una ilusión del tacto...”.
Insisto de igual forma en la importancia del lenguaje. Es ahí donde puede estar la incomprensión de un determinado poema. ¿Ocurre lo anterior con el Indio Naborí? No, no ocurre en ningún momento. Véase entonces este otro hallazgo: su poesía primero se siente y después se comprende, quedando más que clara una maravillosa combinación verbal que puede resumirse así: sentir, emocionar y comprender. Todo ello a partir de conjugar temas, lenguaje, ritmo interior, materialización de lo abstracto, tonos, formas estróficas, perspectiva emocional, abstracciones personificadas y ausencia de metáforas despectivas. Una esencia que se sublima todavía más cuando es analizada a partir de la décima, porque estas virtudes pueden palparse tanto en lo oral como en lo escrito.
A manera de resumen, y esto es un criterio casi unánime, el Indio Naborí renovó la décima cantada y escrita, vigorizó la elegía, le otorgó un inusual rango de perpetuidad a la lírica social, energizó el verso libre, pontificó el soneto, revivió el romance y dejó una huella importantísima en la investigación folclórica, fundiendo y elevando a categoría estética lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno. Pero a esa vocación poética hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era igual a decir Revolución.
Ángel Augier, en su ensayo Dos poetas de cubanidad raigal (refiriéndose a Nicolás Guillén y Jesús Orta Ruiz) analizó el tema de la manera siguiente:
“…Guillén y Naborí, desde ese origen popular de sus ritmos y motivos, de sus tonadas y clamores, forjaron su poesía cubana, americana y universal, que abarca los más diversos recursos poéticos y los rasgos y temas disímiles, pero que jamás abandona sus raíces nutricias del espíritu nacional cubano. Ambos han logrado la difícil hazaña, ya señalada alguna vez por algún crítico, de complacer y hasta entusiasmar, por su genio poético, a todos los niveles del espectro cultural, desde los más populares hasta los más elitistas, desde el barrio hasta los salones, desde el guateque jubiloso hasta el ambiente severo y solemne de las academias…”.
Hoy viernes 30 de septiembre el Indio Naborí cumpliría cien años. Hasta el día de hoy, entre cosas porque la fecha se comenzó a celebrar en septiembre de 2021, se han realizado en el país más de cien eventos dedicados al poeta. Es verdaderamente impresionante.
En la práctica se cumple lo dicho por Ángel Augier: desde el barrio hasta los salones, desde el guateque jubiloso hasta el ambiente severo y solemne de las academias. Yo lo veo como una fiesta de la cultura nacional, coordinada con exquisita sensibilidad por el Ministerio de Cultura y el Instituto Cubano del Libro, pero que de la misma manera ha servido para recordar a otros cubanos que desde la poesía igual hicieron Patria: José María Heredia, Julián del Casal, Nápoles Fajardo, José Martí, Agustín Acosta, Regino E. Boti, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Manuel Navarro Luna, Nicolás Guillén, Regino Pedroso, Félix Pita Rodríguez, Mirta Aquirre, Samuel Feijóo, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Carilda Oliver Labra, Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís, entre otros grandes poetas cubanos.
Me gustaría cerrar estas líneas citando al catedrático español Maximiano Trapero, quien ubicando sus ojos desde un mirador profundo, y pensando sobre todo en los más jóvenes, ha sabido visualizar para el futuro la trascendencia del Indio Naborí:
“…A mí mismo, cada vez que releo su obra, se me acrecienta la convicción de que su poesía es de tal altura que será «clásica», durará para siempre, porque logró ponerse al nivel de los grandes líricos en lengua española…El nombre del Indio Naborí seguirá resonando en la leyenda, como un Homero intemporal, hecho mito, pues en su persona y en su obra se conjugaron los dos tipos humanos y literarios más perdurables de la literatura popular en lengua española desde la Edad Media: el juglar y el trovador…El Indio Naborí es hoy el representante más genuino de la poesía oral en el mundo hispano…”.
El mismo poeta intimista que escribió las famosas Estampas campesinas, o La fuga del ángel, o Boda profunda, o Entre y perdone usted, o Una parte consciente del crepúsculo, o Con tus ojos míos, fue capaz de ser también un inspiradísimo cantor de la Revolución. La vigencia de toda su poesía nos permite reafirmar que hemos celebrado, y continuaremos celebrando, un centenario con cristal de aumento, dado que el Indio Naborí es un poeta que a Cuba le sigue haciendo falta.