Hombre moldeado en ébano
Ernesto Michel Argudín Vázquez es enfermero del Hospital General Universitario de Cienfuegos hace casi 20 años. Estaba siguiendo las noticias de actualidad, el hombre suele estar muy bien informado, cuando escuchó en la mañana, en casa, mientras se preparaba para una jornada de trabajo el 6 de febrero de 2023, sobre el terremoto de magnitud 7,8 ocurrido en Turquía y Siria.
Ese mismo día, en la tarde, por coincidencias, inquieren sobre su disposición a cooperar con el pueblo turco, y al día siguiente, como miembro de la Brigada Henry Reeve, ya se preparaba para partir a esa nación a por ayuda médica.
El segmento Este de la Falla Anatolia en Turquía fue un gigante que despertó ese 6 de febrero con consecuencias devastadoras. Dicho evento rompió una brecha sísmica de poco más de 200 kilómetros de largo y 40 de ancho, de grandes magnitudes en la región. Hacia el oeste de su epicentro otra brecha sísmica permanece en silencio, pero representa peligro. Sus consecuencias evidencian una de las mayores crisis humanitarias globales.
Sobre la ayuda médica cubana que de inmediato se personó en la zona de desastre, a través del Contingente Médico Cubano Henry Reeve, para la asistencia ante catástrofes y grandes epidemias en cualquier parte del mundo, fundado por Fidel Castro en 2005, comenta a 5 de Septiembre este enfermero cienfueguero que acudió al hermano país:
«Soy licenciado en Enfermería y estoy verticalizado en Anestesiología, he vivido muchas experiencias impactantes en el trabajo y la vida, pero el panorama que encontramos allí a nuestra llegada era desolador, niños huérfanos, patologías de todo tipo, la ciudad convertida en escombros y personas que requerían atención de urgencia sin tenerla, porque muchos hospitales quedaron en el piso junto a todo su personal.
«Realizamos 65 cirugías de trauma, con dolor practicamos amputaciones para salvar vidas, y lo hicimos junto a personal turco; al principio nos costó comunicarnos pero con el uso del inglés logramos entablar la colaboración. Fuimos allí a trabajar, no a hacer competencia, y nos aceptaron muy bien, hubo empatía y se asombraban en el trato directo al paciente, que allí, por cuestiones culturales no ocurre. Hicimos lo que nos enseñaron en Cuba: actuamos como lo hacemos aquí»
¿Atesora alguna anécdota en particular?
«Recuerdo un niño, que recibimos en muy malas condiciones, estaba grave, y había perdido a toda su familia, llegó con una fractura de fémur, de 20 días sin tratamiento ni diagnóstico y tuvimos que amputar para salvarlo, resultó muy difícil y doloroso, saber que ahora debe subsistir solo y vivir con una discapacidad».
Él es uno de nuestros ejemplos de la colaboración médica internacionalista
Ernesto Michel sonríe mientras conversamos, pero sus ojos traen el horror que deja tras de sí un fenómeno de la madre naturaleza de tal magnitud, un sacudión de la tierra de 7,8 grados de diez que es la escala de Richter. Es la misma sonrisa del veterano Ernesto Argudín, su padre, un humilde mecánico de la Termoeléctrica de Cienfuegos, que se conoce de memoria a los hierros que desde allí nos iluminan.
«Estábamos preparados para vivir en carpas, pero a quienes conformamos el equipo quirúrgico, el gobierno de la capital de la provincia de Kahramanmaras nos alojó en uno de los pocos hospitales que quedó en pie y allí nos instalamos, fue duro e intenso el trabajo, pero reconocido por autoridades y nativos. Sentimos réplicas del sismo todos los días, unas más intensas que otras, pero estábamos preparados, e instruidos sobre cómo actuar.
«A la Asociación de amistad con Cuba y la Embajada nuestra allí les damos gracias infinitas, siempre estuvieron pendientes de nosotros, nos facilitaron ropas de invierno; figúrate, no estamos preparados para ese clima, a temperaturas bajo cero. El resto del equipo trabajó en zonas más alejadas, en la montaña, a -14 grados, asistieron a personas que hacía años no veían un médico».
Agua y gracias resultaron las palabras turcas que primero aprendió Argudín, pronunciar tanto la primera resulta muestra de que fueron bien tratados y merecían el agradecimiento, aunque la cultura turca dista mucha de la nuestra, latinos al fin, y prosigue:
«No tuvimos ningún tipo de dificultad o gente en contra nuestra, todo fluyó muy bien, y vengo cargado de anécdotas, experiencias y mucho aprendizaje. Este emotivo recibimiento me ha conmovido, de verdad, no creo merecerlo, muchos de ellos han tenido similares misiones», dice con la misma humildad del viejo Argudín, de 74 años, su padre, y todavía metido entre hierros y la mecánica de la «Termo», quién echó adelante a Ernesto junior y le enseñó los valores que hoy moldean el hombre que es.