Zumo visual con sabor a mango en Cienfuegos
I. Oda al Mango
No existe cubanía en este universo sin la presencia, el aroma, la textura y el sabor del mango, claramente el rey de las frutas tropicales. Este manjar milenario es preciado por los criollos, no sólo por sus propiedades o beneficios, sino también por su anchura emblemática, toda vez que desde tiempos inmemoriales ha sido un símbolo de la perfección del ser humano, representa la fertilidad y el amor, y sus hojillas y flores se utilizan en muchas naciones para ornamentar los umbrales o puertas, durante el acaecer de bodas, nacimientos y hasta ceremonias religiosas. Dependiendo de las regularidades del sueño y los estilos interpretativos, fantasear con mangos está conectado con la abundancia y la dicha, el crecimiento y el éxito en la vida. Asimismo, alude a los anhelos del soñador, la sexualidad y sensualidad, la comunicación y creatividad.
II. Juguito de Mango, un desafío por las utopías
Transversalizados por la querencia de un entorno más venturoso para la creación y el mercado del arte, quince artistas locales, entre los más tenaces de los últimos años en la UNEAC, consienten el desafío de aunar sus poéticas y alocuciones privativas en una muestra grupal, acorazando principios estéticos y fundacionales, filosóficos y éticos: la unidad como bastimento del gremio, con la expectación de una comunidad de artistas, aunque sus miembros sean variopintos en sus pensares y sentires (justo, esa diferencia suele ser una fortaleza, siempre y cuando se ejercite el respeto y el diálogo formativo), e incluso no se compartan los modos de asumir los procesos; la búsqueda insaciable de la verdad y la belleza; la inconformidad (como un modo de crecimiento, no un antivalor para enturbiar o ruborizar a aquellos que nos provoquen sobresaltos y hasta nos exijan el abandono de las zonas de confort); asimismo, la potenciación del cambio (no hablo del estilo, sino de las marcas visuales con las que nos sentimos protegidos, a fuerza del éxito) y de un estado de conciencia solidaria y humanista, negada a ese lado oscuro que brota en espacios como las redes sociales donde hay escasa lucidez y se expresan los sentimientos más primarios aderezados por los odios y celos, la ignorancia y la necedad.
Tal voluntad rebosa esta muestra colectiva, intitulada Juguito de mango, con enunciados dispares, en zonas unas veces experimentales, otras confirmativas de cierta tradición. En la cruzada figuran: Rafael Cáceres Valladares y Alexander Cárdenas Pérez, grabadores, José de la Paz Texier, Ángel Hernández (Andez), Annia Alonso Araña y Vladimír Rodríguez Sánchez, dibujantes, Juan Carlos Echeverría Franco, Raúl Cué Echemendía, Elías Acosta Përez, Luis Miguel Rivero y José Basulto Caballero, pintores, Omar García Valenti, fotógrafo, Alfredo E. Sánchez Iglesias, instalacionista, y Osmany Caro Yull, escultor. Como ha de apreciarse una combinación de generaciones animadas ora por la nostalgia, los anhelos, la visión crítica sobre nuestra realidad socio-económica, ora por la voluntad de explicitar los intimismos y explorar la materia expresiva del arte a través de los recursos abstractivistas o las fabulaciones donde discurren ciertos conceptualismos y a veces se emplaza algún que otro demonio narcisista.
La heterogeneidad de técnicas, disciplinas y temas, el coqueteo con los pequeños formatos (condicionados por el número de artistas), la poliédrica de los estilos y rupturas temporales, así como los registros cromáticos y las dinámicas de relación entre unas obras y otras, complejizaron el discurso curatorial, por lo que se encomendó a cada creador un texto audiovisual con el motivo simbólico de la exposición; digamos que se logró una obra colectiva que trasluce, al mismo tiempo, los arquetipos de la personalidad de los autores, sus miedos y pulsaciones estéticas, los tempos, niveles de creatividad y filosofía de vida. Este texto, llamado Amarillo mango, coloca a los exponentes ante la posibilidad de reconocerse como una familia, al tiempo que se revela con toda sutileza algo que pudiera calificarse como una comunidad, una parentela cultural.
Disfrutemos, pues, en la pequeña salita Mateo Torriente de la UNEAC, de este zumo tan oxigenante como el bostezo mañanero, de los rigores que nos comparten algunos de nuestros mejores artífices (los próximos llegarán dentro de un mes) y las apuestas de los que asumieron el pequeño reto de tomar la sartén por el mango.