La guerra como inversión y tema central de la disputa por la Casa Blanca
El panorama político estadounidense está condicionado por las elecciones presidenciales del año que viene. Si bien EE.UU. es considerada como la única potencia capaz de forzar la paz, en la lucha electoral interna apuntan hacia una dinámica de guerra; a la escalada en el conflicto abierto en Ucrania y la profundización del conflicto latente en Asia oriental.
Al frente del gran imperio está la pálida figura de un presidente senil, con el que los medios se hubieran deleitado si gobernara en Rusia, China o Corea del Norte. Segunda al mando de Joe Biden, Kamala Harris, demostró su incompetencia, al igual que el trío que maneja el dossier ucraniano: el secretario de Estado Anthony Blinken, el consejero de Seguridad Nacional Jack Sullivan y la subsecretaria de Estado Victoria Nuland.
Las cosas no están mejor en el campo republicano, donde Donald Trump impone su candidatura, a pesar de la edad y de sus problemas con la justicia: seis juicios simultáneos y 93 cargos civiles y penales encima.
Para peor, quienes manejan el gobierno están inmersos en la guerra interna del establishment, con el cruce de acciones judiciales para meter en la cárcel al candidato adversario, criminalizándose mutuamente, convencidos de que si pierden las elecciones serán juzgados, y por ende no pueden perderlas. La alerta está encendida: sumada a la una recesión, esa presión podría convertir el escenario de una guerra abierta con Rusia en el gran recurso de supervivencia para la administración Biden.
Todo vale en la lucha por el sillón de la Casa Blanca. El presidente Biden se convirtió esta semana en el primer presidente estadounidense en funciones en unirse a un piquete. En la ciudad de Wayne, Michigan, expresó su apoyo a los trabajadores automotrices en huelga contra los tres mayores fabricantes de automóviles: Ford, General Motors y Stellantis.
“Lo cierto es que ustedes, el sindicato, salvaron la industria automotriz en 2008 e incluso antes. Ustedes hicieron muchos sacrificios y debieron renunciar a muchas cosas. Y las empresas estaban en problemas. Pero ahora les está yendo increíblemente bien. Y, ¿saben qué? A ustedes también les debería ir increíblemente bien. Es una propuesta sencilla. Solo se trata de ser justo. Manténganse firmes, porque se merecen el aumento significativo que necesitan, al igual que los otros beneficios”, dijo.
El senador “demócrata” Bob Menendez, fervoroso conspirador contra los gobiernos de Venezuela y Cuba -entre otros, claro-, se declaró inocente de los cargos de aceptar sobornos de tres empresarios de Nueva Jersey, mientras más de la mitad de los senadores demócratas –incluido Cory Booker, el más joven, de Nueva Jersey–arreciaban los llamados a su dimisión para que no influyera en las elecciones.
Los fiscales federales de Manhattan acusaron la semana pasada a Menendez, de 69 años, y a su esposa, Nadine, de corrupción, por aceptar lingotes de oro y cientos de miles de dólares en efectivo a cambio de que el senador utilizara su influencia para ayudar al gobierno de Egipto e interferir en investigaciones policiales sobre empresarios. Es la tercera vez que el senador es investigado por la fiscalía federal, pero nunca fue condenado, y eso no es sorprendente.
Cuba está incluida en la lista de países patrocinadores del terrorismo que elabora cada año el gobierno de Estados Unidos, nómina alentada por Bob Menéndez. Si bien la lista se impuso en el gobierno de Donald Trump, Joseph Biden lo ha mantenido hasta hoy, a sabiendas que implica graves obstáculos para el comercio y el acceso a finanzas, además de endurecer el ya asfixiante régimen de sanciones que Washington impone a los cubanos (y venezolanos).
El problema parece ser el terrorismo endógeno. El último domingo se setiembre las cámaras de seguridad de la embajada de Cuba en Washington captaron a un hombre vestido de negro que se detuvo en la acera; prendió fuego a dos botellas con combustible y las lanzó por encima de la verja de seguridad de la misión diplomática. Los cocteles Molotov impactaron contra la ventana del edificio. Tampoco es la primera vez que ocurre un acto semejante.
Dos semanas antes, la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez, de ascedencia puertorriqueña, apuntó contra la corrupción en su país y acusó al juez de la Corte Suprema Samuel Alito de haber fallado en contra de Argentina -en la causa de los fondos buitre- por intereses personales, en favor de Paul Singer, quien le sufragó, entre otras cosas, un viaje de pesca de unos 200 mil dólares.
Añadió que Singer, que ganó 2.400 millones de dólares en ese juicio, “hizo negocios con la Corte por lo menos diez veces y la prensa legal y los medios de comunicación ocultaron su participación». Coralario: el fiscal federal del Distrito Sur de Nueva York, Preet Bharara, conocido por combatir el fraude financiero en Wall Street y que respaldó a Argentina en su lucha judicial contra los fondos buitre, fue destituido por el gobierno de Donald Trump tras haberse resistido a presentar su renuncia.
«Tenemos una corrupción extraordinaria y una compra al por mayor de miembros de la Corte Suprema. También me da risa lo que recién escuchamos del lado republicano: ‘¿Por qué queremos hablar de esto?’ Porque las mujeres perdieron el derecho a decidir, porque comunidades indígenas perdieron derechos, porque las minorías perdieron derechos, porque los trabajadores en todo el país perdieron derechos por este nivel de corrupción».
MATAR LA MEMORIA
El poder en Estados Unidos apuesta a la ceguera colectiva y por lo tanto intentos para abrir los ojos de la memoria son peligrosos. Los temas más debatidos son la recuperación imperial fallida de EEUU -el fracaso de las varias estrategias impulsadas por Trump y Joe Biden-, aumentan las fracturas internas, y sigue la discusión entre ocaso, supremacía o trasnacionalización y la indefinición imperial contemporánea.
No hay caminos prefijados y las resoluciones de las contradicciones dialécticas tienen que ver con cambiantes correlaciones de fuerzas, dejando en el camino las teorías de la sucesión hegemónica (China reemplazaría a EEUU, como antes éste desplazó al Reino Unido) y los casos del alterimperialismo del Reino Unido y Francia, así como las variantes de coimperialismo que encarnan Australia, Canadá o Israel.
Dejemos que el periodista trumpista Tucker Carlson, sea quien resuma la situación: “Ya hemos perdido el control del mundo, ahora vamos a perder el control y el dominio mundial del dólar, y cuando eso ocurra tendremos pobreza a nivel de la Gran Depresión. Ya estamos en guerra con Rusia, financiamos y armamos a sus enemigos, pero podemos ir a una guerra directa, podríamos hacer un ‘Golfo de Tonkin’ en Polonia (el falso incidente fabricado para justificar la intervención en Vietnam) y decir ‘lo hicieron los rusos’”.
SIN EMPLEO, ¿SIN ESPERANZA?
El gasto en Estados Unidos se está reduciendo a medida que la economía se desacelera, según los datos del último informe del Departamento de Comercio. Por otro lado, funcionarios de la Reserva Federal (en baco central) estiman que hasta 2025 no se logrará el objetivo de que la inflación caiga a 2%.
Los banqueros de Wall Street, los inversores y los economistas llevan meses debatiendo si se avecina una recesión, pero para la mayoría de los estadounidenses, el implacable dolor económico típico de la recesión ya tocó a su puerta.
La Reserva Federal subió las tasas de interés para controlar la inflación. Esto hizo que las empresas se centraran más en la rentabilidad que en el crecimiento, lo que se tradujo en recortes del gasto y reducciones de plantilla. Desde entonces se han producido decenas de miles de despidos.
El impacto de los despidos, que actualmente se concentran en los trabajadores administrativos, repercutirá en toda la economía a través de un gran retroceso del gasto global. El gasto de los consumidores representa aproximadamente dos tercios de la producción económica.
Para muchos estadounidenses, no es la primera vez que son despedidos y quedan sin salario ni seguro médico. Las empresas recortaron sus plantillas tras el inicio de la pandemia de covid en 2020, cuando las empresas cerraron y los estadounidenses se quedaron en casa. Pero la culpa no parece ser de la pandemia: casi 50 millones de personas también dejaron su trabajo durante los dos años siguientes al inicio de la pandemia. Y ahora no existe un mercado laboral caliente.
Richard Blumenthal, senador demócrata, lanzó un discurso explicando a los ciudadanos que, «en Ucrania, su dinero vale la pena». “El Ejército ruso se ha reducido a la mitad. Su fuerza se ha reducido en un 50% sin la pérdida de un solo soldado estadounidense y con menos del 3% de nuestro presupuesto militar. Es toda una ganga en términos militares», aseveró.
«Ucrania no podría haber sobrevivido sin Estados Unidos y nuestros aliados», puso el senador en su boca las palabras que le dijo el aún presidente ucraniano Vlodomir Zelenski. Pero en la carrera de las elecciones presidenciales de 2024, cortar las ayudas militares puede ser letal para Ucrania y puede hacer peligrar el entramado bélico de tanques, munición, aviones y artillería que llega al frente.
Para Blumenthal no hay duda de que es rentable para EEUU ayudar a Ucrania: «Incluso los estadounidenses que no tienen ningún interés particular en la libertad y la independencia de las democracias en todo el mundo deberían estar satisfechos de que estamos obteniendo el valor de nuestro dinero en nuestra inversión en Ucrania»,
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, Estados Unidos ha destinado 1.300 millones de dólares a Ucrania, incluyendo asistencia civil y militar (ésta en buena parte destinados a su propia industria militar), sin preocuparse -demócratas o republicanos- de sus ciudadanos sin empleo, sin casa, casi sin futuro. ¿La guerra es una inversión?
Por: Aram Aharonian. Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Artículo tomado de Rebelión.