Mi pequeño héroe holandés

Había una vez… Así comenzaban todos los cuentos infantiles, al menos cuando yo leía cuentos infantiles, muchísimos años ha.

Entonces, había una vez un niño de nombre Peter que vivía en un país cuya gente habitaba en tierras prósperas ganadas durante siglos por ellos mismos al mar. Tierras que defendían con diques de la furia del océano, siempre con ansias de reconquista.

Era una tarde del temprano otoño cuando su madre le encargó llevar pasteles a un hombre anciano y ciego, residente al otro lado del dique, con la condición de regresar antes que la noche tejiera su manto negro sobre los verdes campos moteados de vacas lecheras.

El pequeño entregó las chucherías y se entusiasmó hablándole al pobre viejo del sol, las flores y los barcos posados sobre la mar cercana.

En el camino de regreso a casa, a la vez que apuraba el paso recogía florecillas azules y disfrutada del corretear de los conejos sobre la blandura de la hierba, pero con la preocupación de llegar a tiempo al regazo materno.

En eso descubrió un pequeño agujero en el dique por donde comenzaba a fluir el agua, mansamente aún. Peter no lo pensó ni media vez. Lanzó al aire el ramillo de pétalos recién coleccionados, descendió hasta la base de la escollera e introdujo su pequeño dedo índice en la brecha.

“Holanda no se inundará mientras yo esté aquí”, se animó, seguro de que su breve tapón de carne, hueso y piel evitaría que el silencioso taladro del agua siguiera perforando el dique y sobreviniera la catástrofe nacional.

El pequeñín resistió toda la noche. Trató de avisar con silbidos, pero se lo impidieron sus dientes que castañeteaban sin cesar. Su cuerpo era un puro calambre. De vez en cuando con la mano libre se frotaba la otra, entumecida y salvadora.

Así hasta que temprano en la mañana un hombre camino de su trabajo escuchó los gemidos del pequeño gigante que había salvado a todo un país.

La historia y la leyenda casi siempre entretejen sus caminos narrativos. Sea por un canal o el otro, lo cierto es que la hazaña del pequeño héroe de Holanda trascendió mucho más allá de la tierra de los pólders, premiada de tulipanes y quesos gouda.

o-o-o

Aquellos textos inaugurales eran una fiesta unísona del deleite y el conocimiento. Así recuerdo los libros de Lectura de mis primeros años escolares.

Y sería porque Peter, o mejor Pedrito, tenía mis mismos ocho años de edad al momento de nuestro encuentro en un aula multigrada de una escuelita rural, o porque en esa etapa de la vida a la mayoría nos encantan las historias de héroes, aunque no sean de capa y espada. El caso es que el chiquillo y su dedo benefactor se quedaron para siempre conmigo. Al extremo, de que a cada rato extrapolo su moraleja hacia mi tiempo y mi espacio actuales.

Cuántas veces pasamos junto al gran dique de la nación y no reparamos en las fisuras que el tiempo podría convertir en grietas y luego en huracos devoradores, sin detenernos siquiera para sentir el olor del peligro.

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