Geopolítica: La OTAN sin Ucrania y la agenda del decrecimiento económico

La OTAN acaba de excluir a Ucrania de estar presente en la última reunión de la alianza y, además, mantiene el punto de no aceptar a Kiev como miembro pleno. Las lecturas que este suceso posee son varias. Por un lado, la marcha de la guerra en el panorama político de Occidente marca algunas tendencias nada halagüeñas. Las elecciones en los Estados Unidos son un punto de inflexión en el cual la contienda militar europea está restando puntos al partido gobernante. El desgaste político de echar adelante un enfrentamiento con la superpotencia Rusia pudiera ser clave en la no continuidad de Biden y el ascenso de Trump, quien está prometiendo un mayor control de las finanzas que se destinan a la OTAN e incluso un recorte. El aislacionismo de Trump interpreta de esta forma los intereses del lobby industrial que quiere centrarse en el crecimiento económico y no le interesa tanto al tejido de poder y alianzas internacionales que existe alrededor de Washington desde 1945. El votante trumpista promedio por otro lado no está movido por ningún tipo de propaganda pro ucraniana, sino que le basta con el nacionalismo a ultranza y los problemas domésticos. En ese contexto, seguir apostando por la guerra es, para el Partido Demócrata, darle más combustible a su salida del poder a partir de fines de este año.

Esta apuesta por el globalismo de los valores culturales del Occidente woke ha salido muy cara a los demócratas, que no tienen cómo convencer a sus votantes de que es trascendente el gasto en una guerra que está lejos y que puede desembocar en una conflagración atómica con la potencia nuclear por excelencia. En el juego de perder/perder ha sido elemental la falta de liderazgo que existe en la Casa Blanca, en la cual los asesores no han sido capaces de darle a entender al poder ejecutivo la gravedad de los sucesos en los cuales Estados Unidos ha estado incurriendo. De ser un periodo presidencial en el cual se esperaba que se arreglasen problemas de lo doméstico, la deuda pública ha crecido y la única cuestión que pareciera interesar es la política exterior y la posición de Rusia.  

La guerra no va a terminar en buenos términos para Ucrania, pero Occidente sale debilitado como bloque de poder. La imposibilidad de ganar está dada porque las armas de europeos y norteamericanos no estuvieron a la altura en el campo de batalla y además las operaciones ideológicas y de batalla cultural y financiera no frenaron el poder de Rusia como entente de intereses entre diversos países de la región y del mundo. La pérdida de la influencia como resultado de la derrota en Ucrania ya se está viendo reflejada en la cada vez más creciente presencia de China en África con la firma de convenios y en la rebelión cada vez más manifiesta de esos pueblos con respecto a las metrópolis que no pueden sostener el yugo histórico. Y mientras Alemania se preocupa por cómo va a mantener el suministro de gas y petróleo para seguir siendo la economía líder de Europa, Rusia se ofrece como único garante geopolítico para dicha estabilidad. La jugada está cantada y por eso Estados Unidos le teme a un tratado de paz que le dé entidad legal internacional a la victoria de Moscú.

Las elecciones en Rusia en las cuales salió otra vez el líder que ha puesto en jaque a Occidente, la ofensiva exitosa que destruyó el frente ucraniano, los golpes a las centrales generadoras de energía, el bloqueo del Mar Negro, la demora en la ayuda de Estados Unidos y la inoperancia de la tecnología de la OTAN ante las armas rusas; son todos factores que están decidiendo el choque bélico y que sirven para trazarnos una visión de cómo va a quedar la geopolítica en el mundo en el periodo posterior a este conflicto. Por un lado, la OTAN se ha tornado en una carga para el lobby industrial de los Estados Unidos que está interesado más en retornar a volúmenes de producción de antaño y recuperar el papel exportador norteamericano. En ese empeño, los mercados más cercanos del hemisferio americano son más prioritarios. El traspatio vuelve a ser esencial y en tanto se espera un retorno de los republicanos, lo habrá también de cierto aislacionismo internacional que evitará guerras en lejanas latitudes. El Departamento de Estado simplemente está endeudando la economía y comprometiendo la hegemonía global cada vez que se inicia un conflicto. Y es que la guerra en Ucrania ha encarecido todos los procesos comerciales y a largo plazo también golpea a los propios Estados Unidos en su esfera de crecimiento económico. Mientras el dominó político se decide en la Casa Blanca, el estado profundo norteamericano sacará sus conclusiones en torno a cuál proyecto de poder les conviene mejor a sus intereses geopolíticos. El globalismo woke cultural no ha generado la esperada hegemonía. La resistencia cultural de los pueblos es directamente proporcional a la decadencia económica occidental, que ya no es el taller del mundo ni el centro de las operaciones de comercio. Las sanciones lo que han logrado es que los países se aparten de la zona dólar y se centren en divisas seguras que no estén sujetas a leyes arbitrarias. En ese sentido, las empresas siguen migrando de un mercado norteamericano que se torna inseguro hacia regiones donde existen condiciones de inversión y crecimiento. Ese fenómeno, muy propio de la globalización, se conoce como capital migratorio o deslocalizado. Precisamente un efecto de las políticas globalistas que la futura administración de Trump estaría interesada en corregir. Pero lo que sí es seguro en torno a la guerra está en el hecho de que no ha beneficiado como se esperó a Occidente y además fortaleció a Rusia y al bloque de los países que se resisten. No es posible aislar a dos naciones que poseen el grueso de la población y del tamaño geográfico, además de un peso en las relaciones internacionales y en la historia. Rusia y China, sin ser una misma entidad, han visto en lo acontecido en Ucrania un avance de las cartas que los políticos de Occidente y sus pagadores tienen para el mundo. Y a partir de esa conclusión se han trazado las directrices. Y ello quiere decir que habrá mayor cohesión hacia el interior y en política exterior.

El liderazgo de los Estados Unidos depende del globalismo y de conservar el sistema de tratados que garantizan la geopolítica posterior a 1945, pero el orden surgido con la Conferencia de Yalta está siendo cuestionado. Hay aquí varios puntos que en el orden de la política son cruciales. El primero es la pérdida del protagonismo de la economía norteamericana y por ende de la moneda que solo se mantiene como una convención cada vez más inflacionaria y cuestionada. La segunda es cómo el poder financiero de Occidente va en declive en la medida en que los mercados se le hacen inseguros y los capitales migran hacia China. Esta realidad es irreversible y va horadando el piso del viejo orden internacional. La respuesta norteamericana es el gasto militar que, al menos en un mediano plazo, sirve de disuasión ante las demás naciones para mantener los lazos de dominio con respecto a la Casa Blanca. Eso y el poder diplomático cada vez más débil en el mundo debido a la inestabilidad de las acciones y la disparidad entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano en cuanto a visiones culturales y de índole geopolítica. Mientras que para los primeros lo principal sigue siendo sostener el imperio financiero del dólar a través de las armas y su uso mundial, para los segundos existe un mayor interés hacia el crecimiento industrial interno y en el patio trasero como garantía primera de exportaciones a un mercado seguro y cercano.

En claves geopolíticas hay que ver la guerra de Ucrania como una muestra de la imposibilidad de Estados Unidos de influir en Rusia y en sus naciones aliadas para que hagan su voluntad. Frustración que se expresa en el uso limitado de las armas, ya que una implicación directa es el pasaje al apocalipsis nuclear. ¿Hasta dónde estará dispuesto a ir el imperio para poder conservarse? En política se ejerce el poder mediante la combinación de hegemonía y dominio, pero en ambas vías ya Estados Unidos no tiene todo de su parte. En el renacer de esta nueva guerra fría ya no existe en estricto un choque ideológico en cuanto tal, sino una diferencia de visiones geopolíticas. Rusia es una superpotencia soberana con un crecimiento industrial imparable y que posee también una economía de mercado competitiva. La divergencia está en que el globalismo requiere que Moscú renuncie a su papel de liderazgo y se someta a la agenda cultural, política y de decrecimiento económico trazado por las líneas del Foro de Davos. Para los globalistas, solo es posible un futuro en el cual el mundo siga sometido a las finanzas de Washington/Londres lo cual significa que habría un obligado decrecimiento para el resto del globo. El sistema de esta forma frena el desarrollo de las fuerzas productivas y enajena la actividad productiva humana en los estancos de la división clasista del mundo.

Cuando termine la guerra en Ucrania, seguirá el choque entre los dos polos que han surgido como resultado del nuevo reparto del mundo. Eso quiere decir que la confrontación tomará otros cauces. El tema de la tecnología y cómo Occidente ha rechazado el 5G y otras formas de entender las redes sociales va a estar en medio del debate y si de ello depende que las finanzas de los países europeos y Estados Unidos se destraben y vuelvan a crecer; pues la recesión será la mayor. Con las sanciones, los globalistas han demostrado que nos les interesa empobrecer a sus ciudadanos si con eso mantienen el imperio financiero. El precio del gas y de la electricidad se ha disparado en Europa y ello ha tenido un impacto en la planificación del crecimiento. La despoblación de zonas del interior ha sido indetenible, a la par que se fomenta la emigración barata como sustituta de la mano de obra. Todo ello tiende a crear un caos político del cual sale perjudicado el proyecto de Bruselas. Un bloque que a la postre no le conviene a los Estados Unidos que tienen que amasar todo el poder de Occidente si quieren que se mantenga la hegemonía.

La agenda globalista que se ha aplicado en Europa intentará adueñarse de todos los elementos reproductores de sentido de nuestra cultura, de manera que se ponga en marcha el plan de decrecimiento económico y poblacional que ellos tienen para el tercer mundo. Pero en un punto siempre chocarán con China y Rusia y con los proyectos soberanistas que están basados en el empuje de las empresas euroasiáticas. ¿Cómo va a resolver eso Occidente? El gasto militar del Pentágono es previsiblemente creciente a la vez que se tendría que ver cómo se aborda la propuesta de Trump de debilitar la OTAN. Por el momento el imperio requiere de sus legiones, ya que no siempre habrá tropas nativas que hagan el trabajo sucio.

Más allá de la no membresía de Ucrania a la OTAN, los países que estaban pensando en esa alianza como una especie de garantía de permanecer bajo una sombrilla globalista tienen que entender que ni siquiera prestar su territorio para que sea inmolado por la causa les abre las puertas. Habrá que ver cómo esto impacta en el sistema de tratados y de alianzas salido de la Conferencia de Yalta y si Estados Unidos es capaz de sortear la crisis y hacer un planteo que haga prevalecer su hegemonía por un tiempo más. Por el momento el tema financiero está complicado en medio de la gran deuda pública y podemos decir lo mismo del gasto militar, que es como una serpiente que se muerde la cola ya que para sostener el imperio hace falta la legión y ello requiere imprimir más moneda y por ende baja su poder real en el sistema comercial.

La pandemia pudo ser un golpe que de alguna manera llevara las contradicciones del mundo a un estado de cero crecimiento y así aplicar la agenda del Gran Reseteo del Foro de Davos, pero el poder de recuperación de China fue imprevisto por las potencias occidentales y hoy los volúmenes de crecimiento de la potencia asiática están a los mismos niveles que en los tiempos previos a la Covid 19. Por ende, lo que podemos esperar es que se continúe con la agenda belicista hasta tanto se hagan elecciones y se determine qué va a pasar con los planes geopolíticos de los que la Casa Blanca disponía con Kiev. El creciente conflicto en el Medio Oriente y la certeza de que, luego de África, esa es la segunda región más importante que perdería Occidente frente al avance chino; pudieran desviar la atención de los norteamericanos. Pero ahí los errores cometidos en el conflicto israelí/palestino le pasan la cuenta a la administración que esté en la Casa Blanca. La cuestión de la geopolítica se complica para Estados Unidos, obligado a sostener a sus legiones como razón cimera de la prevalencia del sistema mundo que da entidad y sustento a su nivel de vida y a la ideología de la unión de estados norteamericanos.
Ucrania no estará en la OTAN, porque eso sellaría el conflicto, pero hay que ver de qué manera Occidente sustituye esos planes con otros que a su vez sean funcionales a la agenda de conservar el status imperial de dominio. No existen muchas opciones y la de la guerra sería la más absurda, pero como humanidad no podemos descartar que sean tan absurdos e ineptos que vean en ello una salida.  

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