Contracrítica: Una nueva Coca-Cola en el desierto

La cinta “Pobres criaturas” del director Yorgos Lanthimos pretende ser una gran obra y de hecho nos lanza a la cara el aliento de una supuesta pieza maestra. Pero más allá de lo formal y de las intenciones, hay que hablar de la irregularidad de esta propuesta en tanto guion cinematográfico y como pieza dramatúrgica. La construcción de sentido a partir del personaje de Bella Baxter alude a grandes referentes de la cultura occidental, como es el caso de “Frankenstein o el nuevo Prometeo” de Mary Shelley, pero más allá de la conexión directa con la trama de esas historias, el análisis de la película tiene que ahondar en el logro o no de un impacto emocional y conceptual en los públicos. Cuestión esta última en la cual, a mi juicio, se queda por debajo de las expectativas vendidas al por mayor en los circuitos de consumo del arte.

Bella es un experimento en el cual se alarga la vida de un ser humano a partir del trasplante de cerebro de un cuerpo a otro, o sea que de entrada existe un cuestionamiento a la ética de la ciencia que resulta interesante y que pudiera establecer un diálogo enriquecedor con los espectadores. Pero de inmediato, se dan un conjunto de virajes en la formación del personaje que lo alejan de las elucubraciones iniciales y lo sitúan en una dimensión existencial que por momentos le queda grande al guion. De las propuestas hondas y críticas del inicio de la cinta, hay un retorno hacia un formalismo falsamente reivindicador que hace de “Pobres criaturas” por momento un alegato de la cultura woke canceladora, en la cual no hay matices, sino bandos en pugna por el sentido del mundo.

Dividir el mundo entre buenos y malos, y que ese juicio sea lo que trace un arco dramático en los personajes, empobrece la hechura de la obra y coloca a los espectadores en meros objetivos de una propaganda que por momentos enseña la oreja peluda del conservadurismo, en tanto se trata de una agenda inducida en Hollywood por grandes élites interesadas en la ingeniería social y el cambio sociocultural. “Pobres criaturas”, que pudo ser la oportunidad para cuestionar la condición humana, muestra a una mujer totalmente cosificada y oprimida, que no encuentra un lugar en el mundo. Más allá de que la base de este conflicto pudiera dar paso a productos totalmente válidos desde el arte, se da la necesidad de que el cine actual se salga de los clichés y vuelva a ver el universo desde un prisma complejo y no como lo dictan los neocensores de la cultura canceladora imperante.

El conflicto que genera la creación de un ser humano mediante la ciencia se actualiza en tanto estamos en medio de profundos debates en torno al transhumanismo y el posthumanismo. Dos posiciones que abordan el fin de la condición humana y su transición hacia algo nuevo, lo cual implica una conmoción no solo en lo tecnológico, sino en lo ético y lo moral. La humanidad ya no sería ese proceso autónomo que ha evolucionado como parte de la naturaleza, sino que buscará la eternidad y la transformación a partir de la ciencia. En esos postulados, la perfección es un tema recurrente en tanto somos personas llenas de defectos que conducen a la infelicidad o a la enfermedad. Por ello, es trascendente que veamos cintas como estas desde un prisma actualizado, crítico y sobre todo a partir del filtro de la cuestión humanista. Si bien Bella es una mujer, lo importante es que se trata de una persona que posee derechos y aspiraciones y que de pronto se ve frenada por las estructuras del mundo.

La cinta a ratos posee pasajes interesantes en los cuales se complejiza la propuesta filosófica. Uno de los hombres que están con Bella se enamora de ella verdaderamente y llega a pedir su mano, incluso la espera de sus aventuras por el mundo. Pero más allá de ese esbozo mínimo, prevalece en toda la cinta la deshumanización de los antagonistas y la revictimización de la mujer. En otro momento en la historia del cine más reciente, este argumento hubiera sido quizás novedoso y hasta progresista, pero en la actualidad no es otra cosa que una pieza más de la corrección política imperante que amenaza con volverse una dictadura mundial de la cultura.

¿Y qué decir de la fotografía? Pareciera que lo que no se alcanza con el guion se intenta en lo formal, tratando de establecerse un paradigma de la belleza exótica que no siempre es favorable en términos de dramaturgia. En un inicio el blanco y el negro y luego los colores estridentes se mueven en un ruido que no dibuja el contorno de lo que se quiere decir, sino que se quedan en caprichos del artista. Una cinta no es un cuadro expresionista, aunque pudiéramos hablar de las conexiones entre las ramas del arte y de las intertextualidades, pero no es el caso. En el punto en que estamos lo que requería la obra era defenderse por sí misma, sin que la forma saliera en su rescate. Más allá de que los efectos visuales puedan ser hermosos, no nos aportan en materia de sucesos para comprender la tesis de la película, que por demás se va tornando cada vez más un discurso ideológico y no una propuesta estética para reflexionar.

Emma Stone defiende el personaje con ahínco y posee talento suficiente para hacerlo atractivo. La complejidad de la mente de una niña en el cuerpo de una adulta era el elemento perfecto para desatar variaciones dentro de una misma tesis y de tal forma encontrar el punto en el cual la película comenzara a parecerse más a una obra maestra. Pero lejos de eso, vemos una mujer que aparece más victimizada y que decide retomar la vía del sentido común en la medida en que el mundo se le revela inhóspito. Ese conformismo es también tangencial y pesimista y entronca con la agenda que le otorga entidad a la cinta. Se sacrifica lo que posee la obra de valioso, para que surja en medio de todo lo que le interesa a los productores y la industria. Las escenas de sexo, si bien necesarias, se concentran en esa violencia que quiere visibilizarse y de esa forma todo queda constreñido dentro de una cápsula de sentido que no escapa a la corrección, al adocenamiento y la disciplina del momento. “Pobres criaturas” no es una obra genial por la sencilla razón de ser obediente a su tiempo y no querer traicionar lo que está bien en apariencia, ni cuestionar lo que garantiza la entrada en la gran industria.
 
Pero más allá de las actuaciones y del elenco de lujo, hay que decir que el guion no solo traiciona la esencia de una obra de arte, sino que termina lloviendo sobre lo mojado. Luego del libro de Mary Shelley es difícil hacer algo que lo sobrepase, pero la cinta ni siquiera roza una gota de originalidad. Los demás personajes que conforman la trama son una especie de coro de estereotipos y de arquetipos que no hablan por sí mismos, sino a nombre de su sexo, género, preferencia y raza. Incluso se avizora un discurso en torno a la edad de los mismos, con lo cual el popurrí de identidades de la cultura woke estaría listo para ser servido. En el consumo de estas ideas siempre se espera un acriticismo y un adormecimiento de la conciencia, ya que se supone que la cápsula conlleva todas las cuestiones correctas y reivindicadoras, que la historia ha sido revisada y que esto es lo que el momento admite como ético. Precisamente ese cierre moralista y cosificador es lo que establece las pautas de una mediocridad decretada y que ha sido la base del fracaso de tantas propuestas del más reciente cine.

“Pobres criaturas” es una apuesta mucho más refinada que “Barbie” por ejemplo, pero es la misma terquedad ideológica llevada al cine con la finalidad de masificar un discurso. Aparte de los presupuestos formales y de los referentes de la película, se extraña un trabajo en profundidad con la psicología de cada carácter y de sus implicaciones en la trama. No nos queda clara cuál era la finalidad del doctor que creó a Bella ni su postura ética ante el fenómeno. Las motivaciones emocionales de los personajes quedan al pairo en medio de una mar embravecida por las categorías políticas que están a la orden. Definitivamente, la agenda progre (que no es el progresismo genuino de los pueblos, sino un producto descafeinado de las élites burguesas) está limitando la libertad en Hollywood y se establecen pautas de una producción totalizada por los conceptos de la vida política y no por un acercamiento real y sincero con el arte. Quiere eso decir que, aunque la crítica elogie a Bella, todo eso estará impregnado de la sospecha de una agenda que instrumentaliza hasta a las publicaciones especializadas y que lleva adelante una cultura de la cancelación de aquellos que se atrevan a cuestionar la legitimidad del discurso.  Muy poco queda por hacer si las películas ahora son primero un vehículo del activismo woke y luego una manera de hacer un arte irreverente y original.

El cierre de la trama, no por manido deja de ser mediocre. El retorno de Bella solo sirve para confirmar las tesis consabidas, no hay una sorpresa, ni siquiera un planteo inteligente. Más allá de esto, se nos dice que tenemos que conformarnos con que la cinta haya cumplido una misión ideológica a cabalidad, la cual será resaltada por toda la corrección política que impregna los sitios y las publicaciones del mainstream. Seguramente habrá quien diga que esto es “gran cine”, pero una mirada a las películas de autor de décadas atrás nos ilumina acerca de lo que se consideraba por entonces como una pieza de culto. Más allá del cine, existe la necesidad de las personas de hallar un sentido en las piezas, de replantearse el mundo y no de asumirlo en una sola dirección porque es la que alguien cree buena y correcta. Esa línea canceladora está liquidando lo que queda de libre pensamiento en las producciones. Uno se termina preguntando si la revisión de la historia y la cancelación de los artistas y de las obras va a acabar borrando el mundo y por ende creando una seudomemoria en la cual nada sea ya real, sino que se imponga el montaje.  

Definitivamente la cultura de la cancelación no puede por esencia dar paso al arte ni a obras que conmuevan. Uno termina consumiendo cine para desmontar las matrices y no contagiarnos de la naturaleza contaminante de una forma de abordar las cuestiones sociales que no posee nada de reivindicador y sí de una pátina de mercado en la cual ganan todos los miembros de la lista de producción. Quizás haya que seguir viendo películas de este tipo, unas más malas que otras, hasta que la industria halle otro pico de ganancias o los públicos provoquen la caída de las ventas ya que se nota el cansancio en la humanidad con una agenda que no se interesa por respetar la esencia de la cultura, sino que la mira como un terreno en disputa desde el cual establecer una hegemonía. Por ello, hay que ver “Pobres criaturas” desde un ángulo crítico y con el escalpelo de la cuestión progre en la mano, no sea que nos perdamos en los vericuetos de lo que la industria ha preparado para nosotros como espectadores.

Es una pena que una oportunidad única, la de llevar la historia de los prometeos humanos a la versión femenina, se haya desaprovechado y que las tesis iniciales referentes al transhumanismo degeneren en una especie de mea culpa desde lo emotivo y la corrección política de las ideas imperantes en Occidente. Hubiera sido de gran ayuda para la crítica que el personaje de Stone se saliera del rumbo previsible y discursivo y que planteara una verdadera agenda de libertad, en la cual no solo se abordara de forma superficial su condición de mujer, sino su esencia humana. A fin de cuentas, hablamos de un ser que es una creación de las personas y por ende posee dilemas éticos en los cuales se construye una porción importante e interesante de lo que debió ser la trama.

La cultura de la cancelación posmoderna está creando un miedo a la trasgresión que ya se nota en las producciones. Películas con ritmos muy lentos en las cuales no se nos dibuja la tesis, para dejarlo todo a la ambigüedad que siempre salva de las cosificaciones y los llamados a la cancelación; cintas que no solo no polemizan, sino que proponen soluciones poco creíbles a la realidad reflejada en la pieza, abordajes inverosímiles en los cuales el efecto o la fotografía poseen mayor peso dramático que los hechos lo cual acontece por la enorme falta de libertades que impide el pensamiento crítico y por ende el ahondamiento en los personajes.  Nos terminamos preguntando qué se hubiera hecho por ejemplo hoy un Stanley Kubrick. Uno acaba agradeciendo porque esta ola llegara ahora y no antes, gracias a lo cual tenemos un cine irreverente como el de Tarantino o el Lars Von Trier. Estilos que la cultura de la cancelación no hubiera permitido, sobre todo en creadores hombres.

“Pobres criaturas” será olvidable y en unos meses tendremos otra cinta en la misma cuerda que será vendida como la última Coca-Cola del desierto.

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