El complejo sociotécnico del azúcar cienfueguero en los albores del siglo XX
Aunque el azúcar, por su ya lejano origen o por otras razones que no viene al caso mencionar, a veces nos parezca a muchos un producto exótico, resulta un elemento consustancial de la identidad y cultura cubanas. Si bien el despegue productivo insular comenzó a gestarse desde la década de 1790, fue a lo largo del siglo XIX, que la influencia del dulce se hizo evidente en la transformación de nuestros campos y en la configuración del paisaje urbano. El azúcar tuvo un papel decisivo, junto a las guerras de independencia, en la necesaria integración territorial que acompañó al proceso de cristalización nacional. Lo que somos, sentimos, pensamos o comunicamos los cubanos, se encuentra desde entonces raigalmente ligado —de un modo u otro—, al proceso histórico de la agroindustria azucarera y a su sistema técnico del cual nos ocuparemos en las líneas que siguen.
La Perla del Sur, que recientemente festejó 204 abriles, es una de las «hijas más robustas y hermosas» del azúcar cubano. La región ya contaba con algunas manufacturas azucareras antes de la fundación de Fernandina de Jagua en 1819, pero el auge comenzó a perfilarse a finales de la década de 1830 cuando la villa cienfueguera se erigía por derecho propio en el centro nodal de la comarca. El boom azucarero fue el resultado de la conjunción de excelentes condiciones naturales -fértiles tierras, abundantes bosques y un magnífico puerto- con la asociación de los pujantes, pero aún insuficientes capitales locales, junto a los provenientes de las regiones habanero-matanceras, trinitarias y villaclareñas[1].
Muy pronto comenzaron a erigirse casas comerciales propias junto a las sucursales de otras ya existentes para articular un sistema financiero que, por un lado, proporcionó los recursos para el despegue azucarero regional; y por el otro, sentó la bases para el empoderamiento progresivo de la burguesía comercial. Este sector de composición hispano-cubana, en virtud de la polivalencia de sus actividades, controló no solo el azúcar, también incursionó con éxito en otros rubros productivos y mercantiles. Ello posibilitó que, a finales de la centuria pudieran emprender las ingentes transformaciones que demandaba la agroindustria azucarera, al tiempo que desplegaban una enorme influencia económica y política que se extendió incluso más allá del escenario cienfueguero.
Los factores arriba enunciados posibilitaron la introducción creciente de elementos tecnológicos foráneos que fueran acoplándose cada vez con mayor eficiencia entre sí para cerrar el ciclo azucarero en cada una de sus etapas o fases: desde la agrícola hasta la portuario-comercial. La fase fabril, desde luego, reunió la mayor cuota de máquinas, artefactos o dispositivos, pero en todas, la tecnología abríase camino anunciando y configurando, no una época de cambios; sino todo un cambio de época. No se puede aludir a la tecnología y su tributo al azúcar sin mencionar antes al esclavo africano. Aun cuando aquellos no constituyeron la única fuerza de trabajo en la agroindustria, en sus hombros, sin dudas, descansó hasta la década de 1880 la producción azucarera en esta y en todas las zonas de la Isla donde la dulce gramínea era dueña y señora de los campos.
Aunque esclavitud y tecnología resultaron esencialmente incompatibles, en un primer momento fue posible el ajuste entre esclavos y medios de producción. Muchos ejemplos podrían ofrecerse pero hay uno clásico: la entrada de las modernas máquinas de vapor, acopladas a los eficientes trapiches horizontales de hierro -que en la región, para 1860, se encontraban instalados en más la mitad de los ingenios existentes-. Ello no hizo sino aumentar la cantidad de cautivos para reforzar la fase agrícola o las etapas posteriores del proceso productivo que aún mantenían su forma artesanal[2]. De este modo, la máquina no servía al hombre, era el hombre quien servía a la máquina, acentuando así su esclavitud, al tiempo que devenía obstáculo para una tecnificación en gran escala del proceso.
A partir de 1860, la irrupción del ferrocarril[3] en la región cienfueguera -tal y como aconteció antes en el occidente-, significó la última «vuelta de tuerca» entre el crecimiento cuantitativo y el inicio de la verdadera transformación cualitativa de la manufactura azucarera. Fue el primer paso hacia la gran industria que comenzaría a extenderse por la región durante las décadas siguientes y un factor esencial para el progreso económico, social y cultural del centro-sur cubano. El proceso transformador de ingenios en centrales es deudor, en buena medida, del despliegue previo de rieles, traviesas y maquinarias ferroviarias desde el propio cañaveral hasta los almacenes del puerto y también, desde luego, en la dirección opuesta.
Así las cosas, el proceso de concentración de la producción y los capitales en el sector más dinámico de la economía colonial, tuvo en la región perlasureña, hacia el ultimo tercio del siglo XIX, sus notas distintivas, que la convirtieron en pionera de la transformación capitalista en la industria del dulce. «No por mucho madrugar, amanece más temprano” sentencia el viejo refrán y así fue: la incorporación relativamente tardía de la región al sistema de plantación, la abundancia de capitales y tierras libres, unidas a las tempranas relaciones comerciales con Estados Unidos, favorecieron el despliegue acelerado del proceso concentrador que pudo contar en Cienfuegos con «las más modernas, poderosas y adelantadas maquinarias» tal y como afirma la prestigiosa publicación de la época The Louisiana Planter and the Sugar Manufacturer[4].
En la Perla del Sur, la tendencia predominante de la concentración fue la transformación de los antiguos ingenios en modernos centrales. A inicios de la década de 1890 la jurisdicción cienfueguera poseía 13 de los más importantes centrales de Cuba que habían absorbido a la mayoría de los antiguos ingenios de la región. La no menos reputada Revista de Agricultura, impresionada por el despliegue tecnológico de los colosos cienfuegueros, «ni corta, ni perezosa» ofrecía abundante información acerca del desempeño de los siguientes: «Hormiguero», «Parque Alto», «Dos Hermanos», «San Lino», «Caracas» y «Constancia». El último de ellos era capaz de moler 64 000 arrobas de caña en 24 horas y había producido en 1890 la mayor zafra del mundo por unidad productora[5].
Las grandes fábricas azucareras en Cienfuegos, erigidas a partir de los ingenios existentes pudieron contar con la mejor tecnología de la época. Los equipos estadounidenses comenzaron desde la década de 1880 a desplazar a las firmas europeas que estarían aún hasta finales de la centuria bien representadas en la agroindustria de la región. La comunicación marítima y telegráfica expedita con el Norte facilitaba la entrada más rápida y económica de la tecnología estadounidense que no solo no desmerecía en calidad a la de sus competidores del Viejo Mundo, sino que en muchos casos la superaba.
En el tránsito de ingenio a central, además del ferrocarril, los equipos que marcaron la diferencia fueron los grandes evaporadores al vacío y las centrífugas. Ambos rompieron el esquema de la antigua manufactura e hicieron posible la gran industria, al facilitar la ruina de los pequeños productores y aumentar ostensiblemente la demanda de materia prima[6].En la región cienfueguera este proceso no se hizo de modo uniforme y en cada caso concreto adoptó diferentes modalidades, pero sí implicó necesariamente la renovación tecnológica de todas las etapas del proceso productivo.
Era menester entonces que la etapa previa se transformara asimismo con la adquisición de modernos artefactos para la extracción del jugo de caña: quebrantadoras, remoledoras o desmenuzadoras de las marcas Krajewski, Pesant, Five-Lille o West Point entre otros. Estos equipos no solo aumentaron la capacidad y el ritmo de la molienda; también comenzaron a extraer el máximo de jugo a la gramínea. Los quemadores de bagazo verde de los tipos Godillot o Cook, garantizaban que la fibra de caña resultante se aprovechara en las flamantes calderas Babcock and Wilcox, cada vez más de moda en la región y que proveían el vapor necesario para la fabricación del azúcar[7].
Una vez extraído el guarapo entraba en juego la etapa de fabricación que contemplaba primero la purificación, luego la evaporación y cristalización, que se completaba más tarde con el centrifugado. Para ejecutar estos procesos los centrales sureños habían sido equipados con calentadores de guarapo, defecadoras, filtros, evaporadores de triple y cuádruple efecto (sistema Rillieux), que incluían equipos auxiliares e instrumentos de medición como termómetros, manómetros o barómetros. En los tachos y bombas al vacío, en los que también predominaba la marca Rillieux, se obtenía la masa cocida que luego se enviaba a centrifugar para separar el azúcar de las mieles.
En los colosos cienfuegueros se emplazaron centrífugas de los sistemas Hepworth y Weston diseñadas para trabajar entre 1100 y 1200 revoluciones por minuto (rpm). Con ellas se completó en lo esencial el proceso de industrialización azucarera y posibilitó además estandarizar la producción del dulce. A partir de entonces el azúcar de centrífuga desplazaría del mercado internacional a las demás clases.
Debe aclararse además que, si bien era técnicamente posible producir azúcar refino, continuaba produciéndose crudo aunque de mayor calidad, pues constituía una demanda inflexible de nuestro principal mercado: el norteamericano. El azúcar de centrífuga comenzó a generalizar desde la década de 1880 otra mejora tecnológica: el saco de yute, que sustituyó paulatinamente a bocoyes y cajas. Los sacos hicieron más costeable, seguro y ágil el trasiego del producto final, aunque no existía aún una norma fija respecto a su peso que oscilaba entre 200 y 325 libras[8]
El componente sociotécnico del azúcar cienfueguero no se agota solo con las máquinas, artefactos y dispositivos que funcionan dentro del central, ciertamente habría que destacar otros aspectos e innovaciones tecnológicas que integraron el sistema azucarero en la región entre finales del siglo XIX y principios del XX. No debe olvidarse el papel de la fuerza de trabajo asiática que aún antes de la abolición de la esclavitud se vinculó, en condiciones similares de sometimiento, de modo directo o indirecto a la producción azucarera. Mención aparte merece la migración de fuerza de trabajo calificada que recibió la comarca durante estas décadas. Maquinistas ferroviarios, químicos, maestros puntistas, ingenieros y otros técnicos de variadas nacionalidades fertilizaron con su trabajo el auge azucarero regional.
Las tecnologías asociadas al transporte, las comunicaciones y el alumbrado se integraron también al complejo técnico del azúcar cienfueguero e hicieron su parte en alguna o en varias de las fases del ciclo azucarero. Por si ello fuera poco, fueron estas las que permitieron conectar directamente el proceso de fabricación azucarera con la vida cotidiana de la región. Además del nunca bien ponderado «camino de hierro», otros heraldos de la modernidad como el alumbrado de gas y más tarde el eléctrico; el telégrafo terrestre, el cable submarino, el teléfono o el rápido barco de vapor, se pusieron al servicio de la producción y exportación del azúcar y sus derivados.
Todos juntos integraron la infraestructura tecno-azucarera cuyos efectos trascendieron el ámbito económico-comercial y se expandieron a cualquiera de las esferas de la vida social que podamos imaginar: la ideología y las relaciones de poder, el lenguaje y la vida cotidiana, la cultura artística o la científica, entre otras. Durante el lapso que transcurrió entre 1880 y 1920 la región centro-sureña capitalizó, como pocas, las bondades del proceso de modernización capitalista azucarera, pero debió asumir también los desafíos que traía consigo: el reforzamiento de los nexos de dependencia hacia los centros de poder mundial, con énfasis en el mercado estadounidense.
[1] García Martínez, Orlando. (1976). Estudio de la economía cienfueguera desde la fundación de la Colonia Fernandina de Jagua hasta mediados del siglo XIX. Revistas Islas, 55-56, Art. 55-56.
[2] Moreno Fraginals, Manuel. (1978). El Ingenio. Complejo Económico Social Cubano del azúcar. Tomo II. Ciencias Sociales. (pp.26-27)
[3] Rodríguez Orrego, V. E. (2022, junio 18). La huella del ¨Camino de Hierro¨ en Cienfuegos. 5 septiembre Diario Digital de Cienfuegos. http://www.5septiembre.cu/la-huella-del-camino-de-hierro-en-cienfuegos-fotos/
[4] Iglesias, Fe. (2001) La concentración azucarera y la comarca de Cienfuegos en: Espacios, silencios y los sentidos de la Libertad. Ediciones Unión (pp.97-105)
[5] Revista de Agricultura. Boletín oficial del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba. (Habana)X, (4). Años consultados: 1889-1890-1891-1892-1893-1894
[6] Moreno Fraginals, Ob. Cit. Tomo III.
[7] Rivera Hernández, V. M. (2022). El sistema tecnológico asociado a la agroindustria azucarera y sus nexos con la sociedad regional cienfueguera (1879-1901). [Tesis de Diploma]. Universidad de Cienfuegos «Carlos Rafael Rodríguez».
[8] Luis Alb. Pérez González, L. A. (2014). El Caracas. De ingenio a central (1861-1895) [Tesis de Diploma]. Universidad de Cienfuegos «Carlos Rafael Rodríguez».
*Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.
(La información aparecida en este artículo es resultado de las investigaciones realizadas por el autor junto a los Licenciados Virgen Mercedes Rivera Hernández y Luis Alberto Pérez González investigadores egresados de la casa de altos estudios cienfueguera)