Geopolítica: El sionismo y el globalismo, dos caras de una crisis
La muerte en un accidente en la frontera con Azerbaiyán del presidente de Irán le imprime otra vuelta de tuerca a las ya torcidas relaciones entre las potencias globales y regionales que actúan en el Medio Oriente. Luego del intercambio de fuego entre Teherán y Tel Aviv, las tensiones en esta parte del mundo subieron hasta puntos que nadie esperaba y han ido teniendo una presencia constante en la arena de las discusiones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este accidente se da en el contexto de que la Corte Internacional de la Haya ha colocado a Netanyahu como acusado de crímenes de lesa humanidad y ello ha provocado la reacción airada del lobby sionista en el Congreso de los Estados Unidos. Con un panorama enmarañado en lo interno y en lo externo, los norteamericanos ya respiran vientos electorales y todo esto en manos de la clase política está siendo un cóctel explosivo. Por una parte, Israel no va a acatar las disposiciones de los organismos internacionales, por otra, eso demuestra el quiebre de las instituciones y del derecho como herramientas para la resolución de conflictos en un mundo en el cual cae la hegemonía estadounidense y con eso el sistema de tratados que sustentan la Pax Americana posterior a 1954.
No solo se trata de la muerte de un presidente iraní que osó desafiar a Occidente, sino de cómo esto va a impactar en el desenvolvimiento del conflicto a partir de un vacío momentáneo de poder en Teherán y una previsible radicalización de las posiciones persas, a raíz del bloqueo y la persecución de que son objeto sus líderes. El suceso eleva la tensión y coloca las alarmas en un punto en el cual todo puede suceder. La opinión pública recuerda hechos del pasado que dieron paso a catástrofes como el asesinato del Archiduque de Austria en los momentos previos a la Primera Guerra Mundial. Y aunque en este mundo de hoy existen herramientas para determinar cuándo se trata de un accidente y cuándo fue intencional, lo cierto es que las interpretaciones son lanzadas al ruedo y que poseen una fuerza en la toma de decisiones del poder dado sea el caso. Ese asunto de las narrativas posee peso sobre todo en temas electorales como el que concierne a los Estados Unidos de cara a un enfrentamiento entre dos proyectos de imperio y de república entre el globalismo neoliberal demócrata y la agenda conservadora liberal de los republicanos. En este debate, Israel, Hamas y Palestina son usados como fichas de cambio por los políticos para hacer avanzar sus intereses de agenda personal y partidista sin que concierna para nada el derecho internacional. De hecho, esto marca la politización del tema humanitario y por ende la hipocresía de los actores del espectro político de uno y otro extremo del ruedo.
Que la Corte de La Haya vaya a procesar a un líder sionista no debe verse como una muestra de la supuesta neutralidad de dicho organismo sino por una parte como una maniobra de Occidente para deslindarse de la responsabilidad que posee en el genocidio y lavar la imagen de sus políticos de cara a las elecciones norteamericanas; por otra parte, este suceso posee hondas repercusiones en el sentido cultural que pueden desatar un efecto rebote a nivel internacional en el cual los sionistas “viren la tortilla” y se victimicen con el tema del antisemitismo. Con esto último el debate en torno al genocidio quedaría cancelado en las manos de los medios hegemónicos y de las redes sociales. De hecho, la respuesta de Tel Aviv fue apelar al holocausto judío y usar ese capital histórico para acusar a La Haya de ponerse del lado del odio étnico y religioso contra Israel. Toda una maniobra en marcha en la cual las verdaderas víctimas, o sea los palestinos, quedan invisibles y silenciados. Por eso, el peso de las narrativas en la concreción de las decisiones reales es cada vez mayor, aunque no se trate de hechos como tal, sino de interpretaciones de la historia, la cultura, la creencia y la subjetividad humana individual y colectiva. El arma de doble filo de todo esto es la pérdida del contacto con la realidad que afecta a las clases políticas tanto sionista como occidental de cara a resolver una cuestión que no admite demoras.
Pero cuando llegue Trump a la presidencia de los Estados Unidos, como muchos prevén, el escenario puede ser peor. Con el sistema de tratados internacionales roto, con las alianzas quebradas, con el prestigio militar en el piso y una economía agonizante; solo queda el dólar como una convención y como la garantía cada vez más endeble de que el imperio sigue rigiendo las operaciones monetarias internacionales. Pero el retorno de aquella nación de los 90 parece lejano. Es previsible un empeoramiento en cuanto a la productividad y un aumento de la deuda, una caída de los valores y de las acciones de las empresas nacionales y la quiebra de muchos trabajos. La crisis del combustible generada por la guerra en Ucrania que actúa como un ariete ya que Estados Unidos tiene que buscar proveedores y pagar a mayores precios para mantener su status de vida, hará que muchas de las cuestiones de la deuda y de la emisión de la moneda sin respaldo se hagan irreversibles. El “Make America Great Again” se coloca como una meta lejana y el desastre vendrá, ya sea con Biden o con Trump. Incluso para los demócratas, especialistas en jugar a las escondidas en política, es mucho mejor que su partido no gobierne en estos próximos cuatro años para luego poder capitalizar el descontento y transformarlo en el impulso de un nuevo mandato.
Pero el sionismo es un proyecto que conforma un sistema junto a los intereses del imperio y sin esa ideología se cae gran parte del poder que rige el capital financiero global. Por lo mismo, un cambio en las tornas en cuanto a la hegemonía va a llevar a un reto mayor hacia Israel. La propia Europa sabe que la situación es insostenible y hay que estar listos para, en la medida en que Estados Unidos decaiga, se produzca un cambio en la postura pro Tel Aviv del Occidente colectivo no americano. El sionismo no solo responde a sus propios intereses, sino que tiende a perjudicar los intereses de la anglósfera ya que mete en problemas a los políticos norteamericanos de cara a justificar el genocidio y ello les genera contradicciones con las bases. El Partido Demócrata tiene líos con conciliar con los jóvenes universitarios que respaldan a Palestina. El Partido Republicano tiene que estar de todas con Israel porque depende de los fondos del lobby sionista y de la concurrencia del fundamentalismo religioso de derechas a las urnas. En ese panorama, gran parte de lo que está rigiendo a ese imperio globalista va contra la supervivencia de la nación americana y de su sistema liberal democrático.
Una contradicción que queda expresada en el sistema de relaciones tenso que existe entre los estados de la unión que a su vez expresan la naturaleza artificial y contractual de los propios Estados Unidos. En realidad, se trata de una entidad que se coordina desde el capital y la bolsa y una vez caídos esos elementos, no puede esperarse otra cosa que un colapso. El lio es si el poder del Pentágono va a permitir que exista una transición de poder de forma pacífica, cosa que no es creíble. La guerra en Ucrania es una expresión de cómo el hegemón huye hacia adelante y se dispara en el pie. Cuando ya no se dan posibilidades de éxito a Kiev, Biden aprueba un paquete de más de 60 mil millones de dólares, de los cuales gran parte van a pasar a formar parte de la red de corrupción que existe en torno al títere de Occidente. Mientras tanto, la guerra no es ya solo un asunto de munición sino de hombres y se está apelando a la ideología woke feminista para que Ucrania envíe a morir también a las mujeres al frente. Una torna más en el ridículo de Occidente en torno a su agenda decadente desde la cultura y el género que no aporta más que caos y confusión.
La agenda cultural de Occidente, de manera casi artificial, entronca con el fundamentalismo de mercado y religioso de los sectores más radicales del conservadurismo de la anglósfera y todo eso crea la tormenta perfecta para llevar adelante una política exterior errática en la cual no existe una conformación sana de las tendencias y las matrices. Con la llegada de Trump se espera más división hacia lo interno y medidas irreales en la política exterior que solo acrecentarán el aislamiento internacional del imperio globalista y su definitiva caída financiera. ¿Cómo va a terminar todo eso? Nadie sabe, pero lo cierto es que los Estados Unidos de hoy no son los de hace tres décadas atrás y la decadencia de la cuestión hegemónica va a determinar una transformación en los valores y en las esferas de influencia de las potencias mundiales. Por eso son las jugadas rápidas del Occidente Colectivo en el Medio Oriente, quizás porque como dijeron en algún momento los tanques pensantes norteamericanos en referencia a Israel, la permanencia de ese enclave europeo y norteamericano en Tierra Santa depende de que exista un orden internacional en el cual Estados Unidos tenga la última palabra. Si eso cambia, se verá un equilibrio de la balanza en el cual pudiera cambiar el mapa.
Hablar de las próximas décadas es especular, ir en contra de realidades y crear otras realidades que son nada más que hipótesis, pero de seguir el actual panorama, los Estados Unidos no tendrán otra forma que la propia guerra para poder exportar su deuda. Ahora mismo, el negocio de Ucrania consiste en que toda la reconstrucción está en manos de contratistas occidentales que en cuanto se firme la paz entrarán a cobrar todo lo que se le dio a Kiev y con ello las generaciones futuras están hipotecadas en su propia patria. La ideología fundamentalista de mercado del globalismo actúa como un virus que corroe la naturaleza de los países y los vuelve cautivos de sus relaciones con las naciones centro en el sistema mundo del capital.
Una deuda que, hay que decirlo, representa no un momento en la historia, sino una crisis estructural del modelo extractivo que no puede llevarse a cabo sin los valores especulativos de la bolsa, los cuales destruyen la relación real de las cosas con su mercantilización al ser un proceso de fetichización extremo. Más allá de que la guerra genera oportunidades que ya el mercado norteamericano no ofrece para el empresariado y que el complejo militar industrial vende las armas inservibles y viejas que ya no poseen salida en la demanda global, hay que anotar que en ese estado no se puede sostener la hegemonía de ningún imperio. Únicamente mediante el control de la mente y la creación de un sistema cultural que sea irrompible se puede mantener la idea de que el dólar rige y que hay que respetar el orden internacional vigente. Pero todo eso es un castillo de naipes que el día menos pensado se viene abajo y habría que ver si de verdad Estados Unidos está en condiciones de enfrentar a sus adversarios.