La historia del pan, o el cuento de nunca acabar
Los hacedores de la Historia, esos que la van construyendo con leyendas fabuladas, pero la mayoría ciertas, dejan constancia de que el pan, alimento universal a base de harina de trigo, comienza durante la prehistoria, al final de la era del Paleolítico Superior.
Cuentan, que: “En 1774 estallaron disturbios por toda Francia, y estamos hablando de la ‘guerra de las harinas’”. Algunos incluso creen que fue la necesidad de pan lo que provocó la Revolución Francesa, porque de hecho, cuando el 14 de julio de 1789 la gente se apoderó de la Bastilla, fue para recuperar el supuesto trigo que creyeron estaba almacenado allí.
“El 17 de julio de 1791, la Asamblea Constituyente impuso precios obligatorios y la fabricación de un tipo de pan: ‘el pan de la igualdad’, que consistía en trigo y centeno, mezclado con salvado, conocido más tarde como integral o negro”.
Cuando el cerco fascista a Leningrado, que durara 872 días, hoy San Petersburgo, en Rusia, durante la II Guerra Mundial, el pan resultó racionado, al tamaño de una caja de fósforos de las nuestras, si es que alguien acá todavía las recuerda, e incluso condenaban a quienes lo robaban, porque esos pocos gramos podían salvar de la hambruna, una vida.
Es preciso recordar la génesis de un alimento vital, que por estos días resulta trendingtopic de la agenda pública y mediática. Durante una visita de control reciente, por parte de autoridades del territorio a unidades donde se produce el alimento, arrojó no pocas irregularidades, redundantes en la mala calidad del pan, así como apropiación de las escasas y costosas materias primas empleadas para su elaboración, dígase, harina de trigo, aceite, levadura, entre otras.
Y no es para alarmarse, porque en medio de una crisis económica como la que vive el mundo, y en particular Cuba, el asunto del pan debería ser controlado, todos los días, y no de campaña en campaña, cuando a plena luz del día y hasta con pregones y pitazos, se anuncia la mercancía de marras, que todos sabemos sale de la mejor producción de las panaderías de los barrios, esquilmadas al normado y subsidiado, que recibimos por “la libreta”.
Esperemos se convierta en cotidiano el acto de fiscalizar esta producción, en la que se emplean ingredientes necesarios, costosos y deficitarios para la dura situación alimentaria del país, a la que se añade una guerra entre Rusia y Ucrania, que involucra a zonas geográficas conocidas como los graneros del mundo.
La barra, barrita o bola de pan resulta hoy un medidor en cuanto a precio, de la ya menguada economía doméstica del cubano, es preciso que esta historia acabe de ser bien contada y que se retribuya lo robado en un aumento de la calidad. Que no salga bien el pan solo el día después de la inspección, sino todas las mañanas del mundo.